Como bien dijo Francis Bacon, el conocimiento es poder, algo que todos los arribistas han anhelado a lo largo de la historia. El afán y la búsqueda por el poder es una de las pulsiones más fuertes del psiquismo de las personas, el cual no conoce límites tal como el conocimiento que ahora es posible poseer. La disimilitud más notoria entre estas no es más que el cambio, el cual ha conllevado a posicionarnos a años luz del pasado.
Es irónico que hace treinta años solamente esperábamos que en el año 2030 hubiéramos progresado en el ámbito científico como el espacial, médico, además del tecnológico, dejando de lado la educación. Ahora el más venerable es el avance científico en la enseñanza y en el aprendizaje, sacando a la luz todos aquellos conocimientos de los cuales no éramos capaces de ser dueños.
El más importante ha sido el bocata instruccional, cuyo mecanismo ha sido diseñado por los biólogos más brillantes de nuestra generación. Han creado una plantación específica para ello, en donde crean ellos mismos la lechuga, el tomate y las gallinas. Mientras crecen en un invernadero especial compuesto por tecnología se integra a las lechugas un suero con un compuesto químico que ellos mismos han creado. En los tomates se implantan unos microchips creados con energías naturales. De las gallinas extraen la pechuga y los huevos, y gracias a que las alimentan con unos cereales especiales, los alimentos derivados de ellas contienen un alto contenido en energía nuclear.
Gracias a las lechugas, el cerebro absorbe su compuesto químico el que hace posible usar un porcentaje mayor de nuestra mente. El microchip de los tomates hacen posible no gastar energía de nuestro cuerpo, haciéndonos capaces de estar despiertos las 24 horas. Gracias a la pechuga y los huevos podemos memorizar cualquier cosa de manera fugaz. Todo ello creando el invento que nos ha hecho posible saber de cualquier tema desde ingeniería aeronáutica hasta biotecnología.
Maialen Fernández García